sábado, 6 de agosto de 2011

MONTE TABOR, PREFIGURACIÓN DE LA GLORIA DEL SEÑOR

Mirarán al que traspasaron…

(Jn 19, 37)


“Mirarán al que traspasaron…” dice el Evangelio de Juan refiriéndose a la muerte de Cristo en la Cruz, en el momento de la lanzada… aunque el Monte Tabor nos invita a ver la Gloria del Señor resucitado, prefigurada en su Transfiguración… y, sin embargo, el Monte Tabor fue el lugar en el que yo encontré, nuevamente, la cruz…

En la cima del Monte Tabor hay una de las Iglesias que más me ha impresionado, por su carácter imponente y por la altura, en términos relativos, claro ¡nada que ver con Sierra Nevada…!, en la que se halla, aunque como a mí siempre me llama más la atención el testimonio de la fe de los antiguos, pues sin ellos la fe no habría llegado a mí mismo, me gustó mucho más las ruinas de la Iglesia antigua, en el exterior, de la que hice una foto de lo que queda de su altar y su presbiterio.

Hubo quien dijo que, con las prisas, no se dio cuenta de que en la Capilla del Gólgota, en el Santo Sepulcro, sobre el altar había un relicario del lignum crucis… pero quizás son menos los que se dieron cuenta de que en el Monte Tabor había no otro relicario del lignum crucis, sino una cruz entera… y claro, para un enamorado de la cruz como yo, ese detalle no podía pasar desapercibido…

El Señor me va regalando cruces allá por donde paso… tengo una cruz, de metal y madera negra, de esas antiguas que se ponía a los difuntos entre las manos cuando fallecían, que me llevé a Tierra Santa en la mochila… había gente que me decía que eso era una locura porque luego iba a ir “pitando” por todos los controles y los arcos de seguridad… pero la he llevado siempre conmigo y no ha sucedido nada… mi objetivo no era cargar con ella gratuitamente, evidentemente, sino que como había leído en internet, preparando el viaje, que en la Capilla del Gólgota se podía meter la mano para tocar la roca verdadera donde estuvo la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo, lo que yo quería era tocar el gólgota con mi cruz, con la mía, con la que tanto oro, a la que me abrazo  cuando lloro, a la que me aferro cuando me da miedo, a la que recurro cuando intercedo… esa cruz, y no otra…

En El Corte Inglés, cuando empecé a trabajar –como a todos los trabajadores- me asignaron una taquilla en los vestuarios, “revísala por si esá sucia o quedan cosas de su anterior ocupante” me dijeron… estaba sucia, ciertamente, porque el polvillo del aire acondicionado se mete por todos los resquicios dejando una pátina de polvillo negro por todos lados, pero en su interior encontré una crucecita, de esas de madera que la gente suele llevar al cuello… aquel descubrimiento, en su día, me suscitó esta oración:



¡Oh, cruz anónima,
de un hermano desconocido!
Tú que portaste tanto su fe,
como la imagen de Cristo
que él amara
y en la que él creyera.
Tú has hecho de él, para mí,
un hermano en la fe,
y en la misma cruz salvados,
ahora, en mis manos,
su vida me confías,
como la misma cruz me confía
al Padre, por la muerte del Hijo.
¡Oh, cruz anónima,
de un hermano desconocido!



Decía esto porque en el Monte Tabor me encontré la cruz de otro hermano anónimo, el Señor me hizo este regalo… en la antesala de la capilla pequeñita del Tabor, que representaba la tienda de Moisés, como me entretuve haciendo fotos no pude entrar, y fijándome en esa antesala descubrí una gran cruz… estaba decorada por dentro con un cristal que protegía unos recortes viejos de periódico. Al parecer un peregrino alemán partió con dicha cruz, andando, desde Alemania a Roma, y luego a Tierra Santa, dejándola allí como testimonio de su periplo… Evidentemente una reliquia de la Santa Cruz, un trozo del lignum crucis, del auténtico me refiero, no de cualquier esquirla de madera de vete tú a saber de dónde que venden dentro de los rosarios o de las estampitas en cualquier puesto de Tierra Santa, no me podía traer de Tierra Santa, pero contemplar aquella cruz tan imponente, nada que ver con la chiquitita que me encontré en la taquilla, pero que proclamaba por igual el testimonio de un hermano anonimo mío en la fe, sacó de mí el niño travieso que hasta entonces no había hecho ninguna travesura… así que me quedé observándola… en la cruceta de ambos brazos de la cruz había una pequeña estampita de Jesús, contemplando Roma, que estaba protegida por un cristalito sostenido por cuatro listones de madera… ¡Bueno no eran cuatro, que ya sólo quedaban dos! y entonces me dije: “¡Qué leche, si faltan dos listones es porque ya ha habido dos personas que han pensado lo mismo que yo!” ¿Os lo estáis figurando? En efecto me puse con la uña y logré saltar uno de los listones… ¡ya tenía mi reliquia de la cruz! No era la del Señor, pero esa cruz había sido cargada por un hermano en la fe, con la misma fe y devoción que yo en la cruz verdadera de nuestro Señor, y con eso ya me bastaba… Antes de que os escandalicéis, penséis que soy un bárbaro, que no respeto las cosas ajenas, etc, etc… os diré en mi descargo que es la única travesura que he hecho en todo el viaje, lo que no está mal para ese ser de niño pequeño que tengo, además contra el hurto el remedio es la confesión, y Código de Derecho Canónico en mano, para el hurto la única penitencia es la restitución, así que para cuándo me dé el remordimiento y confiese… ¡si el cura me manda restituir ya tengo excusa para volver a Tierra Santa!


(O sea, que esta foto es irrepetible porque falta el listón de la derecha, el que yo me llevé)

Hice otra travesura, es verdad, y ¡oh, casualidad, también el Tabor!... como tanta gente me había pedido “traéme tierra de allí” y no me iba a gastar un dineral de botecitos de tierra de esos que venden, pensé que lo más sensato era cogerla yo mismo “a puñados” de allí donde se me presentara la ocasión… se me olvidó en el Mar Muerto, en Jericó y en Qumrán, únicos sitios donde lo podía haber hecho, y no era plan de ponerse a coger tierra de un arriate de flores de los jardines de los conventos franciscanos… pero en la puerta del Tabor estaban haciendo obras, y había un camión de los albañiles con sacos de tierra y yo me dije “¡Ésta es la mía, tierra es tierra, y ésta seguro que no es de Cordoba…! Ahora me quedo el último para entrar y la cojo…”

Estaba yo en ello, tan entretenido, cuando una sombra a mi lado me pregunta que qué estoy haciendo, miro y descubro avergonzado que un franciscano que paseaba por la puerta me había descbierto… yo reconozco lo que estaba haciendo, más rojo de vergüenza que un tomate, y entonces el buen franciscano mira las etiquetas de los sacos de tierra (que estaban en árabe y hebreo) y sonriendo me dice: “¡Pero coge de este otro saco, que es de aquí, la que tú estás cogiendo viene de Arabia Saudí!”… estaba visto que el Señor no me iba a dejar hacer dos travesuras tan seguidas sin pasar desapercibido… ¡Benditos franciscanos, que no creo yo que un benedictino, de esos tan serios de Tabgha, me hubiese reído la gracia!