jueves, 18 de agosto de 2011

TU ES PETRUS, EL PRIMADO DE PEDRO

Al oír Pedro que era el Señor, se ciñó un blusón,
pues no llevaba otra cosa, y se tiró al agua.
Los demás discípulos se acercaron en el bote,
arrastrando la red con los peces, pues no estaban lejos de la orilla,
apenas doscientos codos.
Cuando saltaron a tierra,
ven unas brasas preparadas y encima pescado y pan.

(Jn 21, 7-9)


Otro lugar, cuya visita ha sido muy especial para los sacerdotes que nos acompañaban en esta peregrinación, y también para mí, ha sido –a orillas del lago de Gennesaret- la Iglesia del Primado de Pedro, llamada así, porque en su entorno se habría producido el siguiente episodio evangélico:

Cuando terminaron de comer, dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro, cuando eras mozo, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Lo decía indicando con qué muerte había de glorificar a Dios.

(Jn 21, 15-19)


Es una iglesia sencilla, a la par que tranquila, como no puede serlo de otra forma, ya que la inmediata presencia, casi a pie de orilla, del Lago Gennesaret, invita a la oración y al recogimiento.

De esta Iglesia, de la que como ya digo, lo más bonito es el entorno, y en cuya capilla exterior, justo en el anfiteatro anterior al monumento del momento de la institución del Primado de Pedro, destaca la llamada “escalera santa”, que se supone son los escalones del embarcadero desde el que Cristo resucitado esperaría al ansioso Pedro, que venía nadando a su encuentro. No es de extrañar que falten unos pocos metros de la escalera a la orilla del lago, ya que, como nos contó nuestro guía, el nivel del lago desciende cada año por la evaporación del mismo, debido a las recientes sequías, que no aportan caudal al mismo. Actualmente estas escaleras están protegidas por una reja, debido al expolio de los peregrinos, que solían llevarse, literalmente, trozos de la misma, aunque la culpable es Egeria, una antigua peregrina española, del Siglo IV, que en su diario de viaje dijo que estas escaleras son tan santas que los enfermos que las tocan, sanan, por lo que es costumbre llevarse una piedra de ellas.


Y, en el interior de la Iglesia destaca que el presbiterio y el altar están edificados, literalmente, sobre la llamada “Mensa Christi” (la mesa de Cristo), llamada así porque sería la roca sobre la que el Señor había preparado el fuego, con unos pescados y unos trozos de pan, al aparecerse resucitado a los apóstoles que regresaban de pescar, como consta en el texto evangélico que introducía este artículo.

Finalmente, en el exterior, llama poderosamente la atención el monumento de bronce que representa a Jesucristo, con Pedro, en el mismo momento de establecer su primado:

Apacienta mis ovejas” no es sólo la institución de Pedro como cabeza visible de la Iglesia, habiendo resucitado el Señor… lo que se traduce simbólicamente en el momento de entregar el cayado de pastor a Pedro, sino que es además toda una exigencia y un compromiso de vida, que incluso le costó la vida a Pedro, dando testimonio del Señor, no sólo con su labor pastoral, o las dos cartas que figuran en el Nuevo Testamento, atribuídas a su mano, sino en su propio martirio, mediante el derramamiento de su sangre, pues nadie puede pretender ser más que su maestro, como dijera San Pablo…

…la piadosa tradición cuenta que, en tiempos de la persecución de los primeros cristianos por parte del emperador romano Nerón, Pedro, que se encontraba en la ciudad, decidió abandonarla ante el temor de las persecuciones… sigue la leyenda que, a las afueras de Roma Pedro tuvo una visión de Jesucristo cargando con la cruz, sorprendido le preguntó: “Quo vadis, Dómine?” (¿A dónde vas, mi Señor?), y Cristo le respondió: “Voy por segunda vez a Roma, a ser crucificado en lugar de mi pueblo, al que tú abandonas” y, entonces, Pedro, profundamente avergonzado, regresó a Roma donde, en efecto, fue crucificado.