jueves, 18 de agosto de 2011

PADRE NUESTRO, QUE ESTÁS EN EL CIELO...

Vosotros rezad así:

¡Padre nuestro del cielo!
Sea respetada la santidad de tu nombre,
venga tu reinado, cúmplase tu designio en la tierra como en el cielo;
danos hoy el pan del mañana,
perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes sucumbir a la prueba y líbranos del maligno.
Pues si perdonáis a los hombres las ofensas,
vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros,
pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

(Mt 6, 9-16)


La visita a la Gruta del Padrenuestro, lugar en el que el Señor bien pudo, en la intimidad, refugiarse con los apóstoles y enseñarles a rezar el Padrenuestro ha sido un lugar que me ha tocado especialmente el corazón…


Ya adelanté, en el momento de hablaros del Cenáculo Franciscano que, al rezar el padrenuestro, por vez primera, en tierra santa, se me saltaron las lágrimas, recordando la figura de mi abuelo paterno, quizás la persona que más he querido en esta vida, después de mis propios padres y que fue la persona de la que aprendí, antes que de mis propios padres o de los catequistas, tres cosas: El padrenuestro, su amor a la Eucaristía y a la Adoración y su amor por María, la Madre de Nuestro Señor.


Si algún psicólogo hiciera conmigo esa prueba, de las que tanto les gustan a ellos, de asociar palabras y me dijera, por ejemplo: “pitufos”, mi primera respuesta sería “padrenuestro”, con lo que, seguramente, el psicólogo se volvería loco pensando en virtud de qué había venido a hacer tan extraña asociación de palabras, pero es bien sencillo:

De pequeño me encantaba leer, especialmente tebeos, una vez que salí con mi abuelo de paseo, para acompañarle a su visita diaria al Santísimo Sacramento, expuesto en el Convento de San Antón, en Granada, me compró –nada más salir- un tebeo de los pitufos, era su forma de mantenerme tranquilo y paciente todo el camino, ya que cada vez que no me comportaba, amenazaba con no darme el tebeo al llegar a casa. De esta forma, al llegar a casa le dije: “Abuelo, dame el tebeo” pero él me dijo: “Recítame primero el padrenuestro”… Mi abuelo es el que nos ha enseñado, en cuanto hemos tenido la capacidad de hablar, a rezar el padrenuestro a todos y cada uno de sus nietos, y aprovechaba cada momento para que se lo rezáramos, así lo hice, y tuve como recompensa mi ansiado tebeo…

Yo suponía que era en este lugar en el que se me escaparía alguna lagrimilla pensando en mi abuelo y en el padrenuestro, aunque quiso el Señor liberarme de esa carga desde el primer día de peregrinación, y no en este lugar, con todo el interés de hacer la foto al padrenuestro en español, que en mi caso, era una especie de homenaje a mi abuelo, aparte de que es la costumbre de todos los peregrinos.

Me gusta rezar el padrenuestro de forma sosegada y tranquila, incluso cuando rezo el rosario, soy capaz de recitar las avemarías a toda velocidad y como un papagayo, y sin embargo en el padrenuestro soy capaz de saborear y hacerme consciente de cada invocación dirigida al Padre bueno del Cielo.

Y es que, los apóstoles quizás no olvidaron nunca la oración del padrenuestro cuando la escucharon, de labios del Señor, por vez primera, en la intimidad de la gruta, como yo nunca olvidaré cuando se la recitaba a mi abuelo, ansioso por un tebeo, en la terraza del balcón de casa de mis abuelos.