jueves, 18 de agosto de 2011

EL LAGO GENNESARET, ENCUENTRO PRIVILEGIADO CON EL SEÑOR....

Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo:
¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!

(Mt 8, 25)


Al tener el programa del viaje lógicamente sabíamos, por encima, cada una de las cosas que íbamos a ver, aunque he de decir que por más que las hayamos recreado en nuestra imaginación, o investigado de ellas en internet, previamente, nada como vivir cada una de las visitas en los mismos lugares, sintiéndolos, orándolos, viendo como te tocan el corazón y te hablan del paso del Señor, no sólo por esos santos lugares, sino por nuestra propia vida…


Soy un enamorado del mar, me basta escuchar el ruído de las olas y sentir el agua en mis pies para reconciliarme con todo lo malo que me haya podido pasar, y nada como la soledad de una buena playa para orar, para encontrarse con el Señor… esta experiencia se la debo a la cantidad de años que he veraneado, de adolescente, en Torrenueva, pequeño pueblo costero del literal granadino… en aquella época en la que me gustaba tanto andar, pasear yo sólo, aunque fuera en las horas de más calor, buscando lugares solitarios en los que orar y que, desgraciadamente, ahora que soy mayor, no encuentro tiempo para hacerlo…


Durante todo este tiempo, era tal la predilección de la playa para orar, que una amiga mía me regaló esta estampa, de Jesús en la playa, con la barca, que estuvo siempre en mi Biblia, para mi oración personal, ayudándome a recrear la oración en la playa el resto del año, en el invierno y en los agobios del curso…


Por eso el deseo de este viaje en barca por el Mar de Galilea, mal llamado mar, ya que se trata de un lago enorme de agua dulce, del Lago Gennesaret, he de decir que esa mañana no me molestaba el madrugón, lo mismo que de joven tantas veces madrugara para orar, con las primeras luces en la playa…

He de decir que pareciera que nos embaergaba a todos el mismo silencio meditativo y de oración, quizás fuera que íbamos todos dormidos, aunque pronto nos despertamos sobrecogidos por el himno de España, que el patrón de la barca tuvo a bien poner, a todo volumen, para homenajear a su tripulación, al tiempo que izaba la bandera española… todos los presentes nos reímos, en parte por el susto repentino que nos dimos con los primeros acordes del himno, y en segundo lugar porque nadie se imaginaba “esa salida” del patrón de la barca… aunque sospecho que esto es una estratagema de los padres franciscanos, después del madrugón, para lograr que nos despertemos y prestemos atención a la oración de la mañana, y no me refiero a las laudes, sino a la oración del texto de la tempestad calmada por Jesucristo a bordo de la barca:

Cuando subía a la barca le siguieron los discípulos. De pronto se levantó tal tempestad en el lago que las olas cubrían la embarcación, mientras tanto, él dormía. Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! Él les dijo: ¡Qué cobardes y hombres de poca fe sois! Se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma. Los hombres decían asombrados: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?

(Mt 8, 23-27)


En un momento dado, la barca se detuvo, y Juan Ramón, nuestro guía nos dijo que íbamos a dedicar unos cuantos minutos a orar, cada cual, en silencio, pensando en sus tormentas y en nuestr confianza en el Señor para resolverlas. Ha sido muy bonito, porque ciertamente, todos hemos logrado entrar en se ambiente de oración.

Una vez, haciendo adoración ante el Señor Eucaristía, en un momento en el que no estaba ni aquí, ni allá, es que yo por mi enfermedad tengo cierta propensión a quedarme dormido a poco que me detenga un poco, tuve una especie de sueño, por no decir visión –que este término puede quizás sonar más fuerte-:


Vi una barca que avanzaba hacia la orilla cargada con una red de peces. El Señor esperaba en la orilla. Antes de alcanzar la orilla la red se rompió y los peces muertos rodaban por la orilla, en el rompeolas. Yo cogía uno y se lo entregaba al Señor, pero Él me decía: “Ese no lo quiero, es hijo de la comodidad”.

Quizás ésta sea la enseñanza del Lago Gennesaret, que no debemos ser cómodos, que debemos fiarnos del Señor, tanto en la tempestad, como en la pesca milagrosa, pero que siempre tenemos que poner de nuestra parte: Pedirle al Señor que detenga la tormenta en los momentos de zozobra, y echar las redes del lugar que el Señor nos indique…


Por ello, hace ya mucho tiempo, hice una especie de vídeo de bienvenida a los hermanos de nuestro Grupo de Oración Carismático, que como ya sabéis se llama DALMANUTÁ, en el que el tema de acogida era éste mismo: El Señor con sus dicípulos en la barca, camino de Dalmanutá, lugar de silencio, oración, calma, paz y serenidad.