jueves, 18 de agosto de 2011

LA ESTRELLA DEL PRECURSOR, JUAN BAUTISTA

Juan se dirigió a todos: “Yo os bautizo con agua;
pero viene uno con más autoridad que yo,
y yo no tengo derecho para soltarle la correa de sus sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.

(Lc 3, 16)


Aparte de la casa de Isabel y Zacarías, en Ain-Karem, lugar de la visitación, se encuentra la Iglesia de la natividad de San Juan Bautista, lugar que me ha sorprendido pues aún siendo evidente que es el lugar del encuentro de María e Isabel, y que Isabel estaba embarazada, y por tanto Juan debió nacer en ese lugar, era una obviedad que a mí, como peregrino, se me había pasado por alto…


La Iglesia es sencilla por fuera, como todas las de Tierra Santa, aunque en su interior alberga gran cantidad de tesoros: cuadros de Murillo, de Zurbarán, de Ribera y azulejos azules, de esos tan típicos de Manises, y es por la profunda vinculación que ha tenido esta iglesia con España.


Destaca en su interior la figura de Juan Bautista, acompañado del banderín típico de precursor del resucitado y con el cordero, por aquellas palabras que pronunció refiriéndose a Jesucristo: “Mirad, este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29)…


…y destaca, ya en el interior, el descenso a la gruta en la que nació San Juan Bautista, en la que se haya la estrella, análoga a la de Belén, que marca el lugar del nacimiento, aunque en este caso la leyenda reza: “Hic præcursor Domini natus est” (Aquí nació el precursor del Señor), he de reconocer que la he besado de forma pausada, plenamente consciente de lo que estaba haciendo, con más devoción… quizás porque el recogimiento y la tranquilidad del lugar acompañaban e invitaban a ello.


Con este beso quizás estaba dando otro, que suelo dar todos los años, me gusta escaparme, cuando puedo, a la Colegiata de los Santos Justo y Pastor, en Granada, al lugar donde me bautizaron y oír misa, primero, si puedo, y luego, antes de salir, si es que no hay mucha gente y nadie se da cuenta, darle un beso fugaz a la pila bautismal, cosa que hago cada 28 de Junio, día de mi bautismo, el día en que fueron dichas sobre mí las palabras que el mismo Dios dijera sobre Jesucristo, aunque esta vez dichas sobre mí: “Tú eres mi hijo, amado, mi predilecto” (Lc 3, 22).


Lo anterior me recuerda el acontecimiento vivido en el río Jordán, cuando renovamos las promesas de nuestro bautismo, a la entrada del lugar, hay un gran muro de piedra del que brotan tres caños de agua, del propio río Jordán, con una placa muy explícita que indica lo siguiente:


Ya no necesitamos un Muro de las Lamentaciones en el que llorar por la pérdida del templo, o del sacerdocio, o del favor de Dios, como hacen los judíos, porque por medio del bautismo todos hemos sido constituidos, siguiendo la contraposición con el pueblo judío, “como templos del Espíritu Santo” (1 Cor 3, 16), participamos de la triple condición de Jesucristo como Sacerdote, Profeta y Rey, y el Señor mismo nos reconoce como sus hijos, amados y predilectos.

Concluiré este relato a la visita de San Juan Bautista con una curiosidad, existe un antiguo himno latino, dedicado a San Juan Bautista, compuesto en latín, en el siglo VIII, del que tomando la primera sílaba de cada verso se extrae el nombre de las siete notas musicales Ut-re-mi-fa-sol-la-si, posteriormente en el Siglo XI, Guido D’Arezzo modificó el nombre de la nota Ut por Do, que era más fácil de cantar al solfear. El himno es el que sigue:

Ut quean laxis         Para que puedan
resonare fibris        con toda su voz,
mira gestorum         cantar tus maravillosas hazañas
famuli tuorum         todos tus siervos,
solve polluti           deshaz el reato
labii reatum           de nuestros labios manchados,
Sancte Ioannes        ¡Oh, San Juan Bautista!