lunes, 8 de agosto de 2011

GALLICANTU... DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Entonces los soldados del gobernador condujeron a Jesús al pretorio
 y reunieron en torno a él a toda la cohorte.
Lo desnudaron, lo envolvieron en un manto escarlata.

(Mt 27, 27-28)



Hay que decir que la Iglesia de Gallicantu, conocida con este nombre, por el canto del gallo, ya que es aquí donde se verificaron las negaciones de Pedro y el canto del gallo, aparte de ser el lugar de la prisión de Jesús, engaña por fuera...


Aparece en un entorno ajardinado, muy bonito, acorde con la estética de los lugares conservados por los católicos, aunque en este caso se trata de un convento de los Padres Asuncionistas, una pequeña iglesia en piedra blanca, como todo en Jerusalén, que nada hace presagiar, como siempre, lo que se esconde en su interior, más bien en su subsuelo, aunque una pista parece que nos quiere dar el icono de su fachada lateral, en la que se ve a Jesús prisionero, aunque sorprendentemente, aparece atado por los hombros de una cuerda…

Uno de los mejores detalles de esta iglesia son las puertas de bronce de la entrada, en la que Jesucristo, con una mano, muestra los tres dedos que indican las tres negaciones de Pedro, que tanto alardeaba de no separarse nunca del Señor, y el dedo amenazante con que señala a Pedro y le increpa su incoherencia, tanto así como la nuestra, que le abandonamos al primer trastorno que acontece en nuestras vidas… y el gesto de sorpresa de Pedro, ante esa afirmación del Señor, como queriendo poner más fe en su gesto que vehemencia, pues todos sabemos que al final los temores y el respeto humano pudieron más que su fidelidad, y acabó negando y traicionando al Señor, y por tres veces...


Sobre la iglesia principal, hay otro nivel inferior, que abarca otra iglesia, en cuya cimentación y distribución se ha respetado parte de las excavaciones y de la arqueología original del lugar, y es que, como sucede en todos los lugares de Tierra Santa, las sucesivas edificaciones se han ido haciendo sobre las anteriores, haciendo una especie de cofre sobre los restos originales, ya sea para preservarlos mejor como para atestiguar la realidad de la devoción de un lugar, a lo largo de la historia y de las distintas peregrinaciones, aseveradas documentalmente desde muy antiguo. Y bajando aún más otro nivel, por debajo de esta iglesia del nivel inferior, se halla la que se ha venido en denominar prisión de Cristo.

Y es que cuando pensamos en la prisión de Cristo, llevados por nuestra mentalidad occidental, solemos imaginarnos la típica celda con su puerta de rejas de hierro, aunque nada más lejos de la realidad, debemos saber que tierra santa, y sobretodo los alrededores de Jerusalén son un auténtico queso gruyere, lleno de oquedades y de grutas naturales que se aprovechaban para todo tipo de usos, desde para tirar basura hasta para custodiar a los presos. En efecto, por prisión de Cristo, hemos de entender una poza natural, desde cuya abertura a ras de suelo se dejaba caer, se arrojaba literalmente, al reo, y que luego era ascendido con la ayuda de una cuerda que se le arrojaba si es que iba a ser ajusticiado, o a ser nuevamente interrogado. De hecho se conserva en la actualidad dicha poza, así como la bóveda de la misma, en la que tres pequeñas cruces talladas en dicha bóveda, de tiempos de los cruzados, aseveran la devoción del lugar.

Actualmente, para poder bajar al fondo, que no es cuestión de ir tirando a los peregrinos a la poza, se han habilitado unas escaleras que, con todo, nos ayudan a darnos cuenta de la altura de la poza, es decir, del daño que se tendrían que hacer los presos allí recluidos en su caída, si es que, como sucedía en muchos casos, no se paertían algún miembro o se malograban, muriendo por la fuerza del impacto.


En el fondo de la mencionada poza, o prisión propiamente dicha, en la actualidad sólo hay un pilar, que sostiene sencillamente un evangeliario abierto por el pasaje de la prisión de Cristo y las negaciones de Pedro… aunque como detalle curioso hay que decir que la beata Ana Catalina Emmerick, en sus visiones, coincide punto por punto con la descripción de la prisión de Cristo cuando afirma: “Jesús está encerrado en un calabozo abovedado del que se conserva aún dos partes (…) los verdugos no le dieron lugar para el reposo (…) lo vi recostado sobre el pilar del calabozo, rodeado de luz. Había comenzado a alborear: era el día de su Pasión, el día de nuestra redención, un leve rayo de luz caía desde la boveda del calabozo sobre nuestro cordero pascual”

Sea como fuere, en aquel pozo inmundo, mirando a la altura de la caída, y hacia la luz que se filtrara desde la bóveda, uno no puede sino acordarse del Salmo 129, titulado “De profundis”:

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos.