miércoles, 10 de agosto de 2011

DOMINUS FLEVIT... POR LA PAZ EN TIERRA SANTA

¡Jerusalén, Jerusalén!
¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos,
como una gallina con sus polluelos bajo sus alas,
y no has querido!

(Mt 23, 37)


En el Monte de los Olivos, enfrente de la ciudad de Jerusalén, hay una pequeña iglesita, con forma de lágrima, que se llama precisamente “Dominus flevit” (“El Señor lloró”) por la pena que le suscitaba al Señor, contemplando la impresionante panorámica de la ciudad desde esa punto de vista, que el pueblo de Israel fuera tan cerrado de mollera y él mismo se buscase la condenación, renunciando a su Señor  y a todos los intentos del Señor por congraciarse, no sólo con Jerusalén o el pueblo elegido, Israel, sino con la humanidad entera.


Esta iglesia se caracteriza porque no tiene retablo, ya le vale como retablo la impresionante panorámica de la ciudad de Jerusalén que se aprecia desde el ventanal enorme que hace de retablo… en aquel silencio, aquel paraje, un poco más elevado que el propio huerto de Getsemaní, o de los olivos propiamente dicho, ante aquella impresionate vista, el sentimiento que me abarcaba, con independencia de que el lugar sea franciscano era el siguiente: “¡Dios mío, que lugar más maravilloso! ¡Qué vista tan fantástica de la ciudad! Si por mi fuera, establecería inmediatamente, en este lugar, una pequeña comunidad religiosa de clausura, de vida contemplativa, cuya única finalidad, ante esta vista, fuera orar y consagrar sus vidas a interceder sólo y exclusivamente por la paz en oriente medio! Y yo, que me vengo el primero, si hace falta…”

Y, a la inversa, es un lugar en el que uno siente también esas mismas lágrimas, esa misma intercesión, esa misma preocupación del Señor sobre uno mismo, en ese pequeño, a la par que simbólico, mosaico, de la gallina acurrucando, como madre amorosa, a sus polluelos debajo de sus alas…

Lo mismo que cada uno de nosotros, que a la menor dificultad, corremos al amparo de la protección de nuestra madre, único sitio en el que, desde pequeños, supimos que nada malo nos sucedería.