miércoles, 10 de agosto de 2011

BETANIA, CASA DE ACOGIDA...

Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas,
y hay necesidad de pocas, o mejor dicho, de una sola

(Lc 10, 41-42)


 
Todos tenemos amigos, o en palabras de mi abuelo: “un amigo es un hermano que te da la sociedad”, aquellas personas que se hacen tan íntimas de nuestra propia vida y a las que queremos, efectivamente, como si de hermanos nuestros se tratase, y que al no estar ligados por lazos de sangre, no nos une a ellos más compromiso que la mera gratuidad, el compartir la vida, dicho en plata, la amistad… Y Jesucristo, mención aparte de los discipulos, evidentemente tuvo también esta intimidad con las más diversas personas, es decir, tuvo amigos, y el Evangelio nos ha dejado el testimonio de una familia, tres hermanos, Marta, María y Lázaro, con los que el Señor tenía especial amistad y en cuya casa gustaba descansar y charlar con ellos, en medio de sus idas y venidas.

Enclavada en Betania, la iglesia, en cuyo subsuelo se conserva la casa-cueva (recordad que las casas por aquella época tenían mucha semejanza a las cuevas, por ejemplo, hoy en día, del Albaicín granadino, o de Guadix, es decir, con algunas estancias construidas el exterior y otras excavadas en la roca) de los mejores amigos de Jesus, tiene las mismas notas de sencillez y buen gusto que caracteriza a todos los lugares protegidos y gestionados directamente por los franciscanos.

Hay que señalar que, de todas las casas-cueva o grutas visitadas, sobre las que se alzan las iglesias correspondientes (llamadas por eso “Domus Ecclesia” o casas-iglesia), a excepción hecha de la casa de la Virgen María, en Nazaret, ha sido una de las que más me han gustado, por lo bien conservada que se encuentra.


 


En un entorno ajardinado se alza la iglesia y el convento franciscano, en cuyo exterior se pueden apreciar algunos elementos de la edificación antigua, como por ejemplo algunas arcadas del patio de la casa al aire libre.

 

Ya, en el interior, bajo el subsuelo de la Iglesia, destacan las estancias del lagar, o bodega, en el que destaca el molino, lo que es lógico si pensamos que al ser interior, y excavada en la roca, sería un lugar fresco y oscuro para conservar el vino, el aceite, el grano… y también destaca, lo que podriamos llamar salon, o estancia principal, que es lógico que estuviese dentro del area fresca y protegida de la casa, y que actualmente es una pequeña capilla inferior de acento marcadamente franciscano.

Como todos sabemos, María gustaba de embelesarse escuchando las enseñanzas del Señor, mientras que Marta era la que atendía la cocina, atendiendo al huesped, como es propio de la hospitalidad oriental, por eso se queja al Señor, de que su hermana no le ayuda, de ahí la respuesta de Jesucristo que encabeza este artículo y es que, en el fondo de todo, seguro que a nosotros nos pasa lo mismo… nos quejamos de que el Señor no se preocupa de nosotros, de que no atiende a nuestra oración, que no nos presta atención, pero no menos cierto es que no sacamos, en medio de las preocupaciones del día, ese momento ideal, ese espacio en el que nada nos turbe o nos moleste, ese silencio necesario para ponerse “a los pies del Señor, como María” y “escuchar su Palabra, la suya para nosotros, no para otro, en nuestras vidas

Con todo, también los amigos de Jesús tuvieron que enfrentar la desconfianza en el Señor, que no nos atiende cuando más necesario se nos hace… Así, Lázaro enferma y sus hermanas mandan decírselo al Señor, ellas tienen la esperanza de que, si ha sanado a otros, con más razón lo hará con su hermano, al que tanto quiere, sin embargo el Señor retrasa la llegada y Lázaro muere… Cuando por fin, el Señor aparece en Betania, es lógico y comprensivo el reproche de Marta y María: “Señor, si hubieras estado aquí, no habria muerto mi hermano” (Jn 11, 21) Hay que decir que con su actitud el Señor no fue en nada indolente, de hecho el Evangelio de Juan nos muestra que, ciertamente, el Señor lloró, conmovido por las lágrimas de las hermanas de Lázaro muerto y de todos los presentes… era su amigo y le amaba, y la muerte es el dolor mas grande… hasta los presentes se dijeron “Mirad, cómo le amaba” (Jn 11, 36) y, finalmente, Jesús obró el milagro y Lázaro resucitó.


Curiosamente, la resurrección de Lázaro, fuera de otras disquisiciones teológicas, suscitó un interesante debate acerca de cómo pudo salir de la tumba, haciendo caso al mandato del Señor de “¡Lázaro, sal fuera!”, teniendo en cuenta la costumbre judía de amortajar a los muertos, envueltos en una sábana, de arriba abajo, con manos y pies atados, que uno se imagina a Lázaro, saliendo de la tumba, dando saltitos, diciendo “Señor, no puedo, no puedo, no puedo…” y claro, evidentemente, al ver el correspondiente fresco, en la Iglesia, ninguno de los peregrinos pudo evitar esbozar una sonrisa imaginándose la situación…