Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice:
Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados…
(Jn 6, 8-9)
En la tradición biblica la imposición de un nombre no es una cuestión baladí, sean nombres reales, simbólicos o figurados indicaban, en cierta medida, la vocación, expectativas o simplemente la protección de Dios que se invocaba sobre el recién nacido… De ello encontramos numerosos ejemplos bíblicos: Un ángel le dice a Agar, segunda esposa de Abrahán que le ponga por nombre a su hijo Ismael (Gn 16, 11); el Señor mismo le cambia a Abrán el nombre por Abrahán porque será llamado “padre de muchos pueblos” (Gn 17, 5); a Jacob el Señor le cambia el nombre por Israel, porque ha luchado con Dios (Gn 32, 29); el ángel del Señor impone, de la misma manera los nombres a Juan Bautista y al propio Jesucristo (Lc 1, 13 y 1, 31), y Jesucristo le cambia el nombre simbólicamente a Simón, por Cefas, es decir, Pedro (Jn 1, 42)… posteriormente en la tradición de la Iglesia la imposición del nombre bautismal era una forma de invocar sobre el niño la protección especial del santo de dicho nombre, de ahí el origen de conmemorar nuestro santo, nuestro nombre…
Me llamo Andrés y si buscamos las veces en que aparece el apóstol Andrés mencionado expresamente en los Evangelios, a excepción de las meras listas y enumeración de los doce apóstoles, me doy cuenta de que Andrés fue el hombre del detalle, el que desde lo escondido, pues ciertamente no tiene un protagonismo excesivo frente a otros apóstoles, es capaz de darse cuenta de lo que nadie se da cuenta, favoreciendo con su perspicacia la acción del Señor y el encuentro de sus hermanos con el mismo…
Una multitud ingente sigue al Señor, éste se da cuenta de que son muchos y que le siguen sin apenas haber comido y le pregunta a los apóstoles que qué se puede hacer al respecto, pese al desconcieto inicial, sólo Andrés se ha dado cuenta de que un muchacho entre los presentes tiene unos panes y unos peces, posibilitando así el milagro de la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6, 8-9)… ciertamente el Señor tiene el poder de obrar el milagro, pero es Andrés el que se ha dado cuenta de ese detalle…
Antes de eso, Andrés ya se encontraba en búsqueda de la verdad, pues aparentemente era discípulo de Juan Bautista y al escuchar las palabas “Ahí está el Cordero de Dios” (Jn 1, 36) enseguida dejó a Juan y se fue detrás del Señor (por eso la Iglesia ortodoxa lo venera como “protokletos”, es decir, el primer llamado) y no contento con eso fue corriendo a compartírselo a Pedro su hermano, no se guardó este acontecimiento para sí:
“Hemos encontrado al Mesías (…) y lo condujo a Jesús” (Jn 1, 40).
Y aunque las dos citas anteriores son las más conocidas hay una tercera intervención de Andrés en el evangelio que suele pasar más desapercibida: Unos griegos –que han viajado desde muy lejos- quieren hablar con el Señor, aunque nunca encuentran el momento oportuno para ello, así que es Andrés el que hace de mediador para que el encuentro se produzca, de nuevo es el único que se da cuenta del detalle (Jn 12, 20-22).
Entiendo que para los sacerdotes el lugar asociado al servicio sea el Cenáculo porque en ese lugar Cristo lavó los pies a sus discípulos con el mandato de que los apostoles fueran servidores, o si acaso, en el lugar del Primado de Pedro, desde un punto de vista más general y amplio, por aquello del servicio a la Iglesia y el ser pastores del pueblo de Dios; mientras que suelo creer que para la vida consagrada y los religiosos éste lugar del servicio sea, por ejemplo, Aín-Karem por aquello de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel desde el servicio y el olvido de las propias necesidades… sin embargo para mí, Tabgha es el lugar del servicio, concretamente del servicio de Andrés, de ese quedarse un par de pasos por detrás, para darse cuenta del detalle, por nimio que sea, y posibilitar la acción del Señor o el encuentro de sus hermanos con el mismo…