domingo, 7 de agosto de 2011

LEÓN DE JUDÁ


No llores; ha vencido el león de la tribu de Judá,
retoño de David

(Ap 5, 5)


Una vez soñé que estaba recorriendo una especie de museo, contemplando sus cuadros me detuve en uno que me llamó poderosamente la atención… Representaba un león, entre llamaradas en el cielo, al que un rey, que tocaba un arpa, miraba desde el suelo siguiendo las indicaciones de un ángel que se lo mostraba y que había un pebetero de incienso… es raro porque nunca o rara vez suelo acordarme de los sueños, pero al despertar me acordaba perfectamente de ese cuadro… recordaba, por ejemplo, que el estilo era copto (por historia del arte sé que su estilo pictórico es de figuras alargadas, de tez morena y grandes ojos almendrados) y era capaz de ubicar los elementos tal como los vi, aunque todo eso lo puse por escrito ya que no quería olvidarme, aunque como yo soy un negado para la pintura Lucio se ofreció a pintármelo, siguiendo mis instrucciones –cuyo resultado podéis ver-, de la misma manera sabía que ese cuadro no existía, quiero decir que no lo había visto nunca antes… no es como si sueñas con la Mona Lisa, que sabes que existe…

Durante mucho tiempo me obsesioné con el significado de esa imagen, aunque la presencia del león, en el cielo, en majestad, la asociaba facilmente con la imagen del “León de Judá” uno de los títulos de Jesucristo… Como me gusta tanto leer y soy un apasionado de la Palabra de Dios y de todo lo que la rodea, descubrí que Clemente Alejandrino, en su obra Stromata (II, 9) haciendo referencia a un pretendido evangelio apócrifo de los hebreos dice que en él se encuentra la siguiente cita: “El que se sorprenda, reinará, y el que reine, descansará” y entonces me cuadraron todos los elementos del cuadro, ante el que he orado tantísimas veces…

El león es sin duda alguna Jesucristo resucitado, el león de Judá orgulloso, altivo e imponente, al que el Apocalipsis nos muestra como reflejo triunfante y victorioso sobre sus enemigos de la otra imagen débil y víctima del Cordero degollado (Ap 5, 5). Esto es lo que el ángel quiere mostrar al rey de la misma manera que los ángeles les anunciaron a las mujeres el triunfo de Cristo sobre la muerte al mostrarles el sepulcro vacío como quedaron espantadas, mirando al suelo, ellos les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? (Lc 24, 5) y esto es lo que significa, en primer lugar “asombrarse”, el hacerse consciente de la resurrección del Señor, y gracias a ello “podemos reinar” esto es compartir su triunfo, como dice el mismo San Pablo “si perseveramos, reinaremos con él” (2 Tm 2, 12) y gracias a ello descansamos, porque sabemos que el Señor escucha nuestra oración, nuestra intercesión, nuestras necesidades, por eso nada nos puede ya agobiar, ni importunar, ni asustar, ni hacernos retroceder, y vivir sin estos agobios de la vida es “descansar”, es tener la certeza de que “¡cuánto más dará vuestro Padre del cielo cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt 7, 11).

Como referí al hablar de la cruz, soy intercesor “por naturaleza”, puedo decir -sin que suene a presunción- que en mi vida he rezado por mí o por mis intenciones, lo dejo a la oración universal de la Iglesia, y a las religiosas y religiosos de clausura y de vida contemplativa que ya oran por nosotros, la Iglesia, todos los días… pero mi oración nunca ha dejado de ser intercesora, da igual que sea por una noticia mala que he oído en el Telediario o por alguien que me ha comentado cualquier cosa que le agobia, le sofoca o le preocupa… teniendo a la vista a Jesucristo, León de Judá, en palabras de las bendiciones de Jacob sobre sus hijos en el libro del Génesis “Judá, es un león agazapado (…) ¿quién se atreve a desafiarlo?” (Gn 49,9) desde entonces me atrevo a desafiarlo, todos los días, rezando la siguiente oración que me suscitó toda esta historia del cuadro (se reza como una especie de rosario, repitiendo diez veces cada jaculatoria):

Hijo de David, como cachorro de león,
que se lanza desde el corazón de Dios,
eres alianza de los pueblos y luz de las gentes.

Tomado de los cantos del siervo del profeta Isaías, “te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones” (Is 49, 6) con esta primera invocación reconozco la mesianidad del Señor.

Hijo de David, como cachorro de león,
que se lanza desde el corazón de Dios,
los reyes te ven y se ponen de pie.

Otra referencia del profeta Isaías, en tu honor despierta a las sombras, a todos los potentados de la tierra y levanta de su trono a todos los reyes de las naciones(Is 14, 9) con esta segunda invocación reconozco la sorpresa que causa a los reyes, como en el cuadro, el hecho de la resurrección del Señor.

Hijo de David, como cachorro de león,
que se lanza desde el corazón de Dios,
tus heridas nos han curado.

De nuevo una invocación al Siervo del Señor, Jesucristo, en boca de Isaías, cuando afirma “Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos sanado” (Is 53, 5) con esta invocación reconozco que el Señor nos ha salvado, por su cruz, muerte y resurrección.

Hijo de David, como cachorro de león,
que se lanza desde el corazón de Dios,
si el Señor es nuestro auxilio, ¿quién nos condenará?

Por medio de esta afirmación de Isaías: “Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?” (Is 50, 9) proclamo que nadie me puede robar la dignidad de ser hijo de Dios, obra suya, su hijo, su amado, su predilecto.

Hijo de David, como cachorro de león,
que se lanza desde el corazón de Dios,
recibirás tu parte entre los grandes.

Finalmente, con esta última invocación de Isaías: Por eso le asignaré una porción entre los grandes y repartirá botín con los poderosos: porque desnudó el cuello para morir y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de todos e intercedió por los pecadores. (Is 53, 12) me adhiero al triunfo de Jesucristo en la cruz y su resurrección.

Juan Ramón, nuestro guía franciscano, a lo largo de la peregrinación, en cada lugar, ha insistido en que cada sitio puede estar más o menos atestiguado por la tradición de las antiguas comunidades cristianas o los restos arqueológicos, pero que más importante que el sitio exacto era la oración que nos suscitase, que nos tocase el corazón el hecho de saber que el Señor “realmente pasó por ese lugar, kilómetro arriba, kilómetro abajo” (según broma que hicimos durante toda la peregrinación)…

Así por ejemplo, más que en la Prisión del Señor en Gallicantu, que es más cierta y plausible históricamente, donde yo me encontré con la imagen del Señor prisionero fue en la capilla etíope de la prisión del Señor en el Santo Sepulcro, a pesar de que Juan Ramón insistió en que esa afirmación no era más que un pietismo carente de todo sentido histórico de los etiopes, y porque “a algo tenían que dedicar esa capilla que para eso es suya”, y por algo tan nimio como tener un león en el capitel de la entrada porque, para mí, “aquí estuvo el león prisionero, sin que nadie escuchara sus rugidos” o como dice un texto de Ezequiel, en el que pareciera prefigurarse la suerte del Mesías como león de Judá:

Crió a uno de sus cachorros, que se hizo león joven y aprendió a desgarrar la presa, devorando hombres. Reclutaron gente contra él, lo atraparon en la fosa, y con argollas se lo llevaron a la tierra de Egipto. Y viendo desvanecida y burlada su esperanza, tomó otro de sus cachorros y lo hizo león joven. (…) Cargaron contra él los pueblos de las comarcas vecinas; tendieron sus redes sobre él y lo atraparon en la fosa. Con collera y con argollas lo llevaron al rey de Babilonia; enjaulado se lo llevaron para que no volviera a oírse su rugido en las montañas de Israel.

(Ezequiel 19, 3-5.7-9)

Incluso hice una foto desde el interior de la capilla etíope de la prisión de Cristo en el Santo Sepulcro, para hacerme una idea de la visión del prisionero, desde el interior, desde las rejas… aunque tampoco la verdadera prisión de Jesús en Gallicantu me resultó ajena, en lo sentimental y en la fe, pero no por el detalle de la prisión (con todo, estremecedor el pensamiento de imaginarse a los presos, y a Cristo mismo, siendo arrojado al pozo desde la abertura del techo) sino por el detalle que da nombre al lugar “el canto del gallo”… porque los antiguos medievales, en sus libros de naturaleza antiguos, identificaban al león, como animal, con la realeza y los atributos de Jesucristo, por eso creían, erróneamente en lo natural, aunque con una lógica aplastante desde la fe, que el león sólo sentía miedo al escuchar el canto de un gallo, como dando a entender que Jesucristo se sintió solo y abandonado, definitivamente, y por tanto empezaría a sentir miedo, desde la traición de Pedro y la desbandada de los apóstoles, precisamente, al cantar del gallo…