sábado, 6 de agosto de 2011

GÓLGOTA, EL SITIO DE LA CRUZ

Mientras que nosotros anunciamos un Mesías crucificado,
escándalo para los judíos, locura para los gentiles.

(1 Cor 1, 23)


La divina cruz me tiene escondido y me prohíbe hablar. No me es posible –y tampoco lo deseo– dirigiros la palabra a fin de manifestaros los sentimientos de mi corazón sobre la excelencia de la cruz y las prácticas de vuestra unión en la cruz adorable de Jesucristo. No obstante, hoy, último día de mi retiro, salgo –por así decirlo– del encanto de mi interior para estampar en este papel algunos dardos de la cruz a fin de traspasar con ellos vuestros corazones. ¡Ojalá que para afilarlos sólo hiciera falta la sangre de mis venas en vez de la tinta de mi pluma! Pero, ¡ay!, aun cuando fuera necesaria, es demasiado criminal. ¡Sea, por tanto, el Espíritu de Dios vivo como la vida, fuerza y contenido de esta carta! ¡Sea su unción como la tinta! ¡Sea la adorable cruz mi pluma, y vuestro corazón, el papel!

(Prólogo de la “Carta a los Amigos de la Cruz” de San Luis Grignion de Monfort)

Cuando alguien comenta, delante de mí, la inutilidad de la vida contemplativa, léase de las religiosas de clausura, a mí –que tan llamado he estado siempre a la oración de intercesión- me gusta siempre ponerle el mismo ejemplo: “De la misma manera en que las raíces sustentan el árbol, permanecen en lo oculto y en lo escondido de la tierra y nunca jamás verán los frutos, que se encuentran en el otro extremo de la rama más alta, y sin embargo estamos de acuerdo en que el árbol no puede subsistir sin sus raíces, de la misma manera es la vida de clausura: Permanecen en lo oculto y en lo secreto de su clausura, nunca verán los frutos de su oración, y sin embargo la Iglesia no podría subsistir sin ella” y siguiendo con la comparación no hay otro árbol más intercesor, más redentor, y que nos haya valido más fruto que el árbol de la cruz, como dice –con tan bellas palabras- el himno de la liturgia:

¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dió mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos!
¡Dulce árbol donde la vida empieza,
con un peso tan dulce en su corteza!

No acertaría a explicar mi devoción y apego por la cruz, hasta el punto de que la liturgia del Viernes Santo, con su solemnidad, su sobriedad y su rigor, con la veneracion de la cruz y la oración universal por todas las necesidades de la humanidad, en general, y de la Iglesia, en particular, me conmueve mucho más que la celebración de la propia Vigilia Pascual…

Será quizás por eso que nunca, como regla general, por muy mal que vayan las cosas me agobio o me desespero con las situaciones frustrantes, de dolor o de sufrimiento… y no lo hago por un conformismo inútil sino por el firme convencimiento, meramente racional, de que cualquier dolor o sufrimiento necesariamente ha de ser un estadio pasajero, una circunstancia volátil o si no esta puta vida –con todos sus sinsabores- no tendría sentido… desde la fe, evidentemente ayuda mucho más saber que, tras la cruz, siempre viene el triunfo, la victoria y la resurrección…

Pero como los seres humanos, aún contando con la ayuda de la fe, tenemos tan poca perspectiva de las cosas, menos aún para entender los designios de Dios, tendemos a atrancarnos en los momentos de sufrimiento, de dolor y de frustración como si no hubiera un mañana mejor, o en palabras de la mística Juliana de Norwich, al final todo saldrá bien…


Y podría decir, sin miedo a equivocarme que mi vocación, si es que tengo alguna, es precisamente la de ayudar a la gente a que vean, cuanto antes, que el camino sigue, que la sombra de la cruz se proyecta sobre el triunfo del sepulcro vacío… y para eso no cuento más que con mi optimismo a prueba de bombas, mi vivir en mi mundo de colores o en mi burbuja rosa, como muchos me echan en cara, o mi sentido del humor… Que otros festejen al Señor en su gloria triunfante, que sigan sus pasos tras el banderín de Cristo Resucitado, que yo mientras me quedaré, al pie de la cruz, para ayudar a los que vienen aún subiendo el Calvario a que no se detengan por mucho tiempo, y sigan caminando para alcanzar a los que ya celebran, cantan, ríen y alaban al Señor…

¡Válgame Dios, un payaso al pie de la Cruz! ¿Pero eso es una vocación? Puede que os lo estéis preguntando, pero no menos cierto es que la sabiduría popular siempre ha hablado del ejemplo del payaso triste… es decir, de cuán difícil debe ser para un payaso estar haciendo el tonto, contar un chiste y arrancar una sonrisa a los demás cuando por dentro se está triste o se sufre por cualquier motivo… Hasta he leído que se trata, no es que le haga mucho caso al psicoanálisis freudiano, de un auténtico síndrome del payaso triste, es decir, una necesidad de ir canjeando siempre la propia felicidad por la de los demás… pero eso tiene un precio muy grande, que yo también he experimentado en alguna ocasión, que es la soledad cuando es uno el que experimenta o atraviesa los momentos de oscuridad, de sufrimiento o de dolor… ¿Quién se acuerda del payaso cuando la risa se apaga?... según esto puede ser que, ciertamente, esté loco, tenga una disfunción digna de un buen psicoanálisis, pero eso me confirma en mi vocación “locura para los gentiles” nos recuerda San Pablo… y los momentos de soledad, sufrimiento o dolor, tampoco me importan, de todas formas ya estaba al pie de la cruz…