No tienen vino…
(Juan 2, 3)
Ni razón de ser tiene el reconoceros que soy profundamente mariano, y ciertamente, en mi oración personal, acudo mucho más a la madre, a la Virgen María, que al propio hijo, Jesucristo, nuestro Señor…
Sucedió en Caná, estaban invitados el Señor y María a una boda, de repente los novios se quedan sin vino (¡sin vino en un banquete de boda, hábrase visto mayor despiste!) y María se da cuenta de la vergüenza y el apuro de los novios y le dice a su hijo: "No tienen vino". Jesús siente que áun no ha llegado el momento de darse a conocer mediante un milagro e intenta disimular, por eso le dice a su madre: "¿Y a nosotros qué nos importa?", pero María no le escucha, ya se ha adelantado diciéndole a los camareros de la fiesta: "Haced lo que él os diga" Y todos sabemos lo que pasó, que Jesús convirtió el agua en vino, y en un vino mejor incluso que el poco que habían previsto los novios para su banquete de bodas (Juan 2, 1-12).
María no se puso a rezar rosarios como una loca, ni se puso horas y horas delante del Señor, de rodillas, intentando arrancarle un favor, como hacemos nosotros cuando oramos; le bastó con descubrir una necesidad en sus hermanos, y con pocas palabras fue al grano "No tienen vino"
Es más, se fiaba tanto del Señor que se puso a dar instrucciones a los camareros de la boda sin saber si quiera si su hijo la estaba escuchando...
¡Ay, si fuéramos capaces de creérnoslo, cuántas maravillas haríamos y veríamos a nuestro alrededor! ¡Cuántos regalos del Señor nos perdemos por nuestra falta de fe, por lo estrecho de nuestra mirada!
Que conste además que María no estaba pidiendo grandes cosas, sólo vino para un banquete de bodas, y ya sabemos lo que eso supone: Invitados sonrojados, bailando, diciendo tonterías, haciéndole bromas a los novios...o la resaca del pobretico de San José al día siguiente… ¿Acaso es malo divertirse? Ese suele ser otro error que cometemos al orar, nos encanta pedir grandes milagros, grandes sanaciones, grandes imposibles y nos damos con un muro cuando nada de ello se cumple...
¿A que a nadie se le ocurriría orar diciendo, por ejemplo: Señor, venga ya, a ver si me toca ya la lotería? Y menos aún, como María, no esperar la respuesta, sino comprar el décimo y encima comprarme un capricho, de esos que mi economía no me permite (algo así como lo que ha venido a ser, económicamente para mí, esta misma peregrinación), como si ya me hubiera tocado....
No hay que orar diciendo, por ejemplo: “Mi madre está deprimida, Señor, sánala”, hay que orar diciendo “¡Señor, sánala ya!” y a continuación, da igual lo que suceda, decir “Mamá, arréglate, ponte guapa, que esta noche te llevo al cine, salimos a la calle, cenamos en un buen restaurante y nos corremos una buena juerga madre hijo, ¿cuánto tiempo hace que no hacemos nada juntos?” Si nosotros mismos no nos lo creemos, ni ponemos de nuestra parte ¿qué milagros esperamos? Esta es la enseñanza de las Bodas de Caná porque no hay otra, es imposible orar e interceder si no es adelantándo la jugada al propio Dios, entonces, a hechos consumados, y poniendo a su madre, como dice la oración de la Salve, ea, pues abogada nuestra, por delante, no hay nada que el corazón misericordioso del Señor no otorgue… pues como dice la famosa oración del Memorare de San Bernardo:
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado.